miércoles, 22 de marzo de 2017

¿De lo mío, qué?

Gran frase esta. Una más, a la que estamos muy acostumbrados. Pasa mucho. Recibes una llamada de alguien con el que no hablas desde hace mucho y tras los saludos de rigor y bajo la apariencia de interesarse por tu vida, se esconde la auténtica razón de la llamada: pedirte algo.

Redes sociales. No me gustan y mucho menos introducir comentarios, o sea, lo que se llama entrar al trapo. Huyo de los vídeos que corren por You Tube, whasapp, facebook o twitter, cuyo banderín de enganche es que llevan 28.976.457 descargas. 

Todos ponemos cosas para que nos vean y/o nos alaben. Generalmente si recibimos algún "me gusta" de alguien y ese alguien no se ve correspondido con un "me gusta" nuestro, el mosqueo está asegurado. Y probablemente en un futuro pasará de tus ocurrencias.

Mucho se habla del espionaje y de cómo nuestras vidas están siendo vigiladas por el gran hermano digital. Bueno eso tiene su parte de verdad. Como compres algo en Amazon o en cualquier otra tienda virtual, ten por seguro que te machacarán durante un largo tiempo ofreciéndote las cosas de tu interés.

Pienso que no existe corta fuegos ni antivirus que te proteja de los fisgones. La única manera de sentirte a salvo es colocar en internet justo lo que tú quieres que lo sepa todo el mundo. A modo de ejemplo, estás de charla con un amigo en un sitio público, como por ejemplo un bar y tienes unas antenas parabólicas al lado en forma de señor leyendo la prensa, que no se pierde ni una coma de lo que dices. Bueno pues en este caso se habla no sólo para tu interlocutor sino para el señor de al lado. Es divertido. Internet es lo mismo: todo lo que tienes en el PC o en el móvil, es público. Si no quieres que te lo cotilleen, no tengas nada.

Si no quieres de verdad que algo se sepa, no lo pongas en la red. Y ahí meteríamos las inocentes fotos que hacemos con el móvil. Eso, no lo dudes, es público. Si pretendes hacer fotos privadas tendrás que emplear una máquina convencional de las de antes o un móvil sin tarjeta sim. Así de claro.

Reconozco que soy un poco fisgón, sí. Y por eso, de vez en cuando, leo comentarios en facebook de gente que ni conozco ni conoceré jamás. Lo que más me impresiona no son los comentarios, sino las garrafales faltas de ortografía con las que nos obsequian algunos internautas. No me refiero a las comas o a algún acento dudoso. Incluso el emplear b en vez de v,  es de alguna manera justificable si el escritor es vasco. Pero, ay, confundir el ahí con el hay es muy duro. Y esta es una de las que me acuerdo. Pero hay barbaridades a patadas.

Y acabo. Ayer iba en la villavesa. Una señora enfrente mía, leía lo que parecía un informe de alguna de las consultas del hospital. Detrás, un señor mayor, por encima de su hombro leía también el informe médico de la señora. En un momento dado, el señor se debió de percatar de que yo le había mirado y entonces, sólo entonces, dejó su lectura. Y, esto, ¿a qué viene? Sinceramente, a nada, pero tenía que terminar de alguna manera y esta me ha parecido buena.







jueves, 16 de marzo de 2017

Camino hacia el caos

A veces pienso que lo que nos rodea son caminos que conducen hacia el caos y la destrucción. Todo tiende a corromperse a complicarse y en definitiva a desaparecer transformándose en otra cosa. Bueno un inicio transcendental. A ver cómo sigo...

Nos dicen que los recursos no renovables son limitados, pero contra todo pronóstico, el hombre se lanza hacia ellos hasta terminar con todo lo habido y por haber. Las guerras, sobre todo las que se inician, son sólo esa lucha a muerte por los recursos. Siempre ha sido así. Recordad el año 2001 y el comienzo del movimiento de países a la caza del petróleo. Muchas de las guerras de ahora mismo, son la expresión de esa codicia por acaparar petróleo y materias primas variadas.

Algún día, como los recursos son limitados, se agotarán. Entonces y sólo entonces es cuando las grandes corporaciones empezarán a hincar el diente a los recursos renovables. Claro y siempre, previo pago, por lo que acabaremos pagando incluso el aire que respiramos.

En la tierra hay de sobra para que todos sus habitantes disfruten de una vida digna. Jamás será así, porque caminamos hacia un mundo donde cada vez menos gente, tiene más riquezas. Antes era necesario el esfuerzo humano y por eso el capital soportaba tener que pagar un sueldo, generalmente miserable, a los trabajadores. Ahora ya no importa. El capital especulativo ya no necesita ni trabajadores, ni siquiera necesita producir. Se ha pasado de la economía real a la economía del dinero virtual. Ni siquiera el dinero responde a nada real. Es sólo un guarismo.

Todo ello va acompañado de un rearme espectacular de ejércitos, policías y cuerpos de seguridad de todo pelo, que hace muy difícil si no imposible, cualquier intento de revolución. Diríamos que la oligarquía financiera, el auténtico poder, ha aprendido mucho.

Se nos dice que caminamos hacia un mundo donde el trabajo lo harán las máquinas. Momento oportuno para garantizar un sueldo digno, a todo el que no tenga ingresos. Al fin y al cabo sería gente con la que se podría contar para trabajos comunitarios. Y esa gente con dinero para gastar, movería el intercambio de bienes y servicios con lo cual iría disminuyendo el número de parados.

El imperio de la Ley. Todos dicen lo mismo. Cuanto más oigo por los grandes medios eso de que aquí el estado de derecho funciona, más convencido estoy de que no se lo creen ni ellos. Bueno, ellos son los primeros que no tienen por qué creerlo. Todos sabemos que no somos iguales ante la ley. ¿Tan complicado es explicar que antes que cualquier ley están las necesidades y libertad de los humanos? No es difícil explicar que hay leyes que nunca se debieron promulgar. Lo hicieron una minoría usurpadora del poder a espaldas de los ciudadanos.

Si algún día se llega a un socialismo real, a una auténtica democracia o sea poder del pueblo, los grandes medios se encargarían de publicar un día sí y otro también los desastres: indigentes recogiendo basura, gente pidiendo por las calles, gente durmiendo entre cartones, colas inmensas de parados ante las oficinas de empleo, más de un millón de personas que tienen que huir de su país. Lo mismo que pasa ahora, pero se repetiría constantemente mañana, tarde y noche para escenificar el caos en el que se vive con ese nuevo gobierno. Y por supuesto no pararían hasta eliminarlo. 

Insisto en que el modelo democrático está viciado de origen. Jugamos contra un enemigo muy poderoso, el capital, que además tiene todo de su parte y las cartas marcadas. Además como he dicho al principio, al capital igual ya no le hacen falta productores. El mundo de los muy muy ricos está lleno de glamour. Políticos, banqueros, militares de alta graduación, jerarquía eclesiástica, grandes propietarios, grandes empresarios.

Todos los de ese club luchan por conseguir más y más recursos, o sea dinero. Terminarán con las materias primas incluso con las gentes que habitan en esas zonas, empleando cualquier medio.

El hombre camina hacia un modelo de máxima acumulación sin adversario posible. Si tiene que terminar con la mayor parte de la población, lo acabará haciendo. Al fin y al cabo, estamos aquí, nadie sabe por qué y no nos pidieron la opinión. Y aunque el hombre desaparezca de la faz de la tierra, como se dice, el universo seguirá por millones de años, girando y girando.

Se oye una y otra vez lo del imperio de la ley, siempre el imperio de la ley. Recuerdo la escena de no se qué película, donde se mostraban largas filas de judíos entregando los aparatos de radio. Supongo que será ajustado a lo que pasó. Y era la ley. Cumplimiento de la ley. Pero es que, no lo olvidemos, es mucho más importante la persona, la gente, que cualquier ley. Estos voceros que nos machacan, parece que lo han olvidado.

Medios de comunicación. Sirven a los que sirven y de ellos se sirven. Menos mal que, entre la basura que pulula por las redes sociales, se pueden encontrar auténticas joyas de verdad. Es difícil encontrarlas, pero ahí están.