La entrada suena a orquesta, pues así se llamaba una de las muchas que actuaban por Iruña. Pero hablo de una nueva etapa del que esto escribe, que no es otra que la relacionada con la pintura. Se puede decir que desde más o menos los doce años, dibujaba y pintaba. Como alguna vez he explicado en este blog, salvo un curso efímero en la escuela de bellas artes de Salamanca, jamás me he sometido a disciplina alguna. No se si contar los dos años (1994/1996) que estuve con el restaurador y miniaturista José María Rodríguez Azcárate. A modo de pequeña historia, que estoy seguro no interesa a nadie, diré que he expuesto varias veces en unas salas que de vez en cuando nos cedía la empresa donde trabajaba (un banco). El 2009, junto con un compañero de trabajo ya fallecido, expusimos en Zizur, él fotografía y yo pintura. El día de la inauguración, la sala estaba repleta, entre otras cosas por la abundante merienda que llevamos. Después, prácticamente no iba nadie. Además, visto con un poco de perspectiva, comprendí el atrevimiento que tuve al exponer mis obras. Nunca más me dije y por supuesto que lo cumpliré. No quiero saber nada de exponer.
Pero claro, jamás en mi vida había hecho lo que a continuación os cuento: a partir del pasado día 11 de septiembre (por cierto, la diada), pinto todos los días, excepto los domingos y festivos, con una pequeña particularidad: el día que no pinto, no ceno. Y ahí radica la clave de toda la historia. El temor a quedarme sin cenar, me ha hecho pintar todos los días como un poseso. Y ésto, tengo intención de hacerlo siempre, aunque "siempre" sea una palabra de interpretación difusa.
Dicen, que en la reuniones de alcohólicos anónimos, la gente se presenta y dice: soy fulanito y hoy no he bebido. En mi caso digo: soy kokodrilo y hoy he pintado.