No sé yo si este blog es el sitio adecuado para contar el sueño de esta pasada noche. Malo sea que algún psiquiatra detecte algo raro y me encierre en un frenopático. Ah no, que ahora sólo se puede internar a la gente desviada mentalmente, por medio de un mandato judicial.
En el sueño, estábamos un grupo de gente comiendo o cenando, en un restaurante. Y yo digo que las emisoras de radio de aficionados, están condenadas a desaparecer. Pongo el símil de las campanas, que eran los sistemas de telecomunicación de hace mil años y que prácticamente ya no se usan para ese fin.
Por cierto, un comensal me niega lo de las campanas a lo que le rebato con mil argumentos. Lo curioso del sueño es que era super real. Y no es para menos. Para poder usar una emisora de radioaficionado exigían y exigen un montón de historias, un examen de legislación, otro de tecnología electrónica y antiguamente incluso morse.
Hoy, en día, todos los humanos llevan una emisora en el bolsillo, sin permiso alguno salvo el pasar por caja todos los meses abonando a la operadora la cantidad estipulada. No sólo se transmite voz, como los radioaficionados, sino imagen, texto, vídeos, etc. Y todo, con emisiones ocupando el espacio radioeléctrico sin limitación alguna, ese espacio denominado por Teleco, bien escaso.
Por lo tanto, más pronto que tarde, las emisoras que usan el espacio radioeléctrico, el éter se decía antes, sin depender de internet, ni de cables, ni de torres de telefonía móvil, pueden llegar a desaparecer. Digo pueden, porque si analizamos un poco en profundidad lo que tenemos ahora, descubrimos que en un momento determinado "alguien" puede decidir que nos quedemos totalmente incomunicados, cosa que no sucede con la radio.
La parte de arriba, el sueño, es tal como lo os he contado. El resto es digresión y chapa mía. Como consecuencia, podemos decir que, en un mundo interconectado pero, ojo, controlado, la radio sigue siendo un sistema con cierta libertad de acción. Como las campanas.
Sugiyama F 850