Ya he explicado algo que me pasa cada vez que me pongo en tarea con un nuevo cuadro. Para los tres o cuatro que pueden seguir este absurdo blog, les diré que los errores se pagan y de entrada rompes la acuarela cuando te sale mal y la arrojas con saña a la papelera. Acto seguido la repites, la misma claro. Llegas a terminarla y queda lo suficientemente bien como para no tener que volver a tirarla.
De aquí sacamos una conclusión: no es lo mismo romper una cosa, que prenderle fuego. En el primer caso se puede recuperar pero en el segundo no. La humanidad camina ahora más por el asunto de quemar lo que no sirve, más que enterrarlo una vez troceado. Una vez terminado el cuadro, enmarcado y todo, de repente me acuerdo de los trozos tirados a la papelera. Con gran trabajo, pues había que sacarlos entre mil papeles, los recuperé y pude reconstruir el puzzle, tarea ardua donde las haya. Luego el consiguiente pegado y ahí tenéis el resultado.
La visión casi parece fantasmal. Me pregunto por qué oscuras razones, he guardado el cuadro roto y pegado durante diez y ocho años. Todo un auténtico despropósito aparentemente, pero nada más lejos de la realidad. Ahora, hoy para ser exactos, estoy con otra acuarela que, en sus inicios me acarrea grandes dificultades. Sólo la tranquilidad que me produce el poder romperla en mil trozos y poder seguir con una nueva, me anima a lo más importante de toda esta historia: no tener miedo ante un papel blanco. Al fin y al cabo, el resultado de la siguiente acuarela, está reservado a una de las siete u ocho personas que hay en el mundo, a las que les gusta alguna de mis pinturas. Ya para terminar este discurso amorfo, coloco la acuarela definitiva del mismo tema, que no es otro que el recibidor del Grand Hotel que había en Iruña, en la Plaza de San Francisco (hoy biblioteca municipal).
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