Hoy me he metido de lleno con una acuarela, que en realidad no es creación mía, sino una copia de un cuadro de Edward Hopper. Y me digo a mí mismo: no copies nunca más la obra de otro pintor. En este caso tengo la escusa de que es el cliente, en este caso clienta, quien me lo ha solicitado. Nunca copies a otros pintores me digo a mí mismo una y otra vez y nada, ni caso.
Hay que tener en cuenta que, la acuarela en la que estoy trabajando, está dibujada desde hace algunos días y claro, cuando se trata de empezar a dar el color me entra como si dijéramos un vértigo increíble, mal de altura lo llamo yo. Así que hoy he roto el hechizo o maleficio y la obra avanza.
En el fondo es el miedo a equivocarte y que todo se vaya a paseo. El óleo en ese aspecto es mucho más amable que la acuarela, porque dejas secar y pintas encima. Y de esto quería hablar hoy. De los tiempos en que los óleos los hacía en una sesión de una hora como mucho. Trabajaba el óleo igual que si fuera la acuarela. Ahí os presento un cuadro pintado nada menos que en 1964, hecho de una tacada.
Volviendo a la acuarela y a ese miedo a equivocarte, debo tener muy claro que si pasa eso, se rompe y se hace otra. De hecho, hace como unos veinte años, hice una acuarela, me equivoqué, la rompí y la volví a hacer. Luego en vez de tirar los trozos a la basura los pegué y aún la tengo.
Lumbreras: verano de 1964
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