Se que muchos de los que leen este blog no estarán de acuerdo con mi teoría, de que si una obra de arte no vale dinero, no es una obra de arte. Cuanto más cuesta, cuantos más ceros pongamos al precio pagado por cualquier obra realizada por el ser humano, mejor será considerada esa obra. Hasta el punto de que justo en ese momento, cuando se alcanzan cifras astronómicas, aparecen como setas en otoño ejércitos de críticos, pagados por supuesto, que analizan y escudriñan las mencionadas obras, interpretando y sacando a la luz lo que sus autores, probablemente, nunca intentaron reflejar.
Picasso dijo que le costó cuatro años aprender a pintar como Rafael y toda una vida aprender a pintar como un niño. Pintores que hacen lo que Velázquez hacía, los hay a miles. Pero si hablas de Antonio López, enseguida sabemos de quién hablamos. Preguntad lo que vale un cuadro de Antonio López. Termino diciendo que una pintura, si no la conoce nadie, ni jamás se ha vendido ni como soporte para pintar otros cuadros encima, esa pintura, simplemente no es arte, porque lo que no se conoce prácticamente es como si no existiera. Y algo que no existe no es nada. Sin olvidarnos de Duchamp y Manzoni.
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