Esta entrada del blog, probablemente, extrañará a bastantes lectores por el contenido de la misma. Hablamos de las obras de arte que de una u otra forma desaparecen, lo cual no es del todo cierto, ya que la desaparición no se contempla a la luz de la física, sólo la transformación.
Empecemos con un poco de historia. A lo largo de mi dilatada vida, he pintado muchos cuadros de los que no tengo la más remota idea de su paradero. Pero hete aquí, que más o menos sobre febrero de 2011, se me ocurrió llamar a un compañero de estudios, canario por más señas, porque sabía que tenía un cuadro mío del año 1965. Era un bodegón muy bonito, en claroscuro, óleo del natural. Así que ni corto ni perezoso le llamé a su casa con el sistema clásico de colocar nombre y apellidos en el buscador y zas, aparecía el teléfono. Marqué, varios tonos, qué nervios y... cogió el teléfono. Le conté lo que quería, una simple foto y que me la enviara por e-mail. Algo sencillo que él prometió hacer. Hasta ahora. Van a hacer catorce años y jamás se supo nada. Cuadro perdido.
El segundo caso fue más rocambolesco. Un compañero de trabajo me pidió que le pintase el demonio, una acuarela que terminé allá por el año 2000. Por una serie de circunstancias y debido a que esa acuarela estaba en un piso de su propiedad que lo tenía alquilado, resultó que el inquilino se largó, dejando sin pagar alguna mensualidad y llevándose el cuadro entre otras cosas. Hubo la correspondiente denuncia, hasta que con los años cerraron el caso por fallecimiento del presunto autor. Bueno la consecuencia es que me encargó un nuevo demonio, esta vez al óleo pero cuando se lo enseñé, no le gustó porque según me dijo, el demonio tenía cara de bueno.
El tercer caso ya es para nota. Un par de acuarelas, que regalé a un familiar. Pero no le debieron de gustar nada, porque las tiró a la basura. Yo se que los cuadros que van a la basura se recuperan, aunque solo sea por el marco y el cristal.
El cuarto caso, está relacionado con una persona allegada, que tenía cuatro acuarelas de 1976, a saber, dos automóviles y dos bodegones. Al poco tiempo se los regaló a un amigo, algo totalmente normal, dado que son suyos. Pero claro, cuando intento que su amigo los fotografíe para tener yo una copia de los mismos, me asegura que no se acuerda de a quién se los regaló.
Quinto y último caso: regalé a una pareja un par de cuadros. Pero resultó que uno no les gustó nada, hasta el punto que lo escondieron. El otro lo tienen en un lugar preferente del salón. Como tengo mucha confianza con él, le pedí el cuadro para quedármelo y me confiesa que ha revisado la casa entera y que no le aparece. Y que no tiene ni idea dónde puede estar. Yo sí lo se: el cuadro está en la basura.
Para un pintor aficionado como yo, con tan poca obra, estas historias son motivo de orgullo. Nadie se imagina que estos sucesos hacen que la pintura siga siendo interesante y en este caso, sirve para rellenar una entrada como la de hoy.
El demonio. Año 2000
El demonio. Año 2006