Volvemos al autor de la miniatura que os presento hoy, José María Rodríguez Azcárate. Precisamente el viernes pasado tomé un café con mi amigo Angel, que mantuvo una relación bastante más larga y estrecha que la que mantuve yo. Y me comentaba con pena, lo que se ha perdido con todos los conocimientos que tenía en el mundo del arte y de la restauración. Este fin de semana he pensado un poco sobre el asunto y si bien es verdad que hoy, a más de veintitrés años de su muerte, este hombre podría ser muy conocido a nivel mundial gracias a internet, resulta que no es así y pienso que a nadie le importa. La fama y el reconocimiento después de la muerte, al interesado, no le sirve absolutamente de nada. Sólo los herederos pueden sacar algún provecho. Me viene a la cabeza dos nombres, Van Goh y Kafka que vivieron de asco y después les vino el reconocimiento. En este caso, y lo se con seguridad, José María, vivió de cine, con todo tipo de comodidades: era muy rico. En cuanto a sus conocimientos, estoy convencido que todo lo que él pudiera aportar, ya está publicado, bien a nivel de libros especializados, bien a través de la web. Así que no importa el no reconocimiento para nada, ya que él vivió haciendo lo que le gustaba.
Aquí tenéis otra miniatura, en este caso un bodegón. Recuerdo como si fuera ahora, el ritual de la inauguración: una buena cena a la que invitaba a sus más íntimos, un caballete con la miniatura cubierta con un trapo negro y voilá, el momento de la presentación, entre aplausos y elogios, sobre todo pensando en la suculenta cena venidera.
Aquí tenéis otra miniatura, en este caso un bodegón. Recuerdo como si fuera ahora, el ritual de la inauguración: una buena cena a la que invitaba a sus más íntimos, un caballete con la miniatura cubierta con un trapo negro y voilá, el momento de la presentación, entre aplausos y elogios, sobre todo pensando en la suculenta cena venidera.
Bodegón